He
venido como peregrino hasta la casa de la bendita imagen de Nuestra Señora de
la Caridad, «la Mambisa», como ustedes la invocan afectuosamente. Su presencia
en este poblado de El Cobre es un regalo del cielo para los cubanos.
Deseo
saludar cordialmente a los aquí presentes. Reciban el cariño del Papa y
llévenlo por doquier, para que todos experimenten el consuelo y la fortaleza en
la fe. Hagan saber a cuantos se encuentran cerca o lejos que he confiado a la
Madre de Dios el futuro de su Patria, avanzando por caminos de renovación y
esperanza, para el mayor bien de todos los cubanos. También he suplicado a la
Virgen Santísima por las necesidades de los que sufren, de los que están
privados de libertad, separados de sus seres queridos o pasan por graves
momentos de dificultad. He puesto asimismo en su inmaculado Corazón a los
jóvenes, para que sean auténticos amigos de Cristo y no sucumban a propuestas
que dejan la tristeza tras de sí. Ante María de la Caridad, también me he
acordado de modo particular de los cubanos descendientes de aquellos que
llegaron aquí desde África, así como de la cercana población de Haití, que aún
sufre las consecuencias del conocido terremoto de hace dos años. Y no he
olvidado a tantos campesinos y a sus familias, que desean vivir intensamente en
sus hogares el evangelio, y ofrecen también sus casas como centros de misión para
la celebración de la Eucaristía.
A ejemplo de la Santísima Virgen,
animo a todos los hijos de esta querida tierra a seguir edificando la vida
sobre la roca firme que es Jesucristo, a trabajar por la justicia, a ser
servidores de la caridad y perseverantes en medio de las pruebas. Que nada ni
nadie les quite la alegría interior, tan característica del alma cubana. Que
Dios les bendiga.
Muchas gracias
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