VÍA CRUCIS DESDE ROMA
Cada Viernes Santo, el Papa preside el Vía Crucis en recuerdo de la Pasión y Muerte de Jesús. El matrimonio italiano del Movimiento de los Focolares, Danilo y Ana María Zanzucchi escribió las meditaciones.
Durante
la ceremonia, la Cruz fue llevada por cada una de las 14 estaciones que
componen el Vía Crucis. La portaron el cardenal vicario de Roma, Agostino Vallini, los jóvenes de la diócesis de Roma, algunas familias y los frailes franciscanos de Tierra Santa.
Durante su homilía, el Papa habló sobre el sufrimiento humano y sobre la actual crisis económica mundial.
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA:
Hemos
recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de Jesús
en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo,
ha cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia
los «cielos nuevos y la tierra nueva» (cf. Ap 21,1). Especialmente en
este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con íntima devoción
espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios y, en su
cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza.
La
experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca
incluso la familia; cuántas veces el camino se hace fatigoso y difícil.
Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos,
enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro tiempo, además,
la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad del
trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica. El camino
del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una
invitación para todos nosotros, y especialmente para las familias, a
contemplar a Cristo crucificado para tener la fuerza de ir más allá de
las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios
para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene
toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la prueba, cuando
nuestras familias deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la
cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir
caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san
Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la
angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?,
¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que
nos ha amado» (Rm 8,35.37).
En
la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está
sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da
la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar
todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos acudir cuando
las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad
de nuestra vida y de la familia. El misterio de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con esperanza: la
estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con fe en
él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo
resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra.
En
aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte
misma adquiere un nuevo significado y orientación, es rescatada y
vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn
12,24). Encomendémonos a la Madre de Cristo. A ella, que ha acompañado a
su Hijo por la vía dolorosa. Que ella, que estaba junto a la cruz en la
hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia desde su nacimiento
para que viva la presencia del Señor, dirija nuestros corazones, los
corazones de todas las familias a través del inmenso mysterium passionis
hacia el mysterium paschale, hacia aquella luz que prorrumpe de la
Resurrección de Cristo y muestra el triunfo definitivo del amor, de la
alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, la muerte.
Amén.
Amén.
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