Miércoles 28 de marzo - 16h30 de Ecuador
Señor Presidente,
Señores Cardenales y queridos Hermanos en el
Episcopado,
Excelentísimas Autoridades, Señoras y Señores,
Amigos todos,
Doy
gracias a Dios, que me ha permitido visitar esta hermosa Isla, que tan profunda
huella dejó en el corazón de mi amado Predecesor, el Beato Juan Pablo II,
cuando estuvo en estas tierras como mensajero de la verdad y la esperanza.
También yo he deseado ardientemente venir entre ustedes como peregrino de la
caridad, para agradecer a la Virgen María la presencia de su venerada imagen en
el Santuario del Cobre, desde donde acompaña el camino de la Iglesia en esta
Nación e infunde ánimo a todos los cubanos para que, de la mano de Cristo,
descubran el genuino sentido de los afanes y anhelos que anidan en el corazón
humano y alcancen la fuerza necesaria para construir una sociedad solidaria, en
la que nadie se sienta excluido. «Cristo, resucitado de entre los muertos,
brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde
según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la
muerte – Él vive – y la fe en Él penetra como una pequeña luz todo lo que es
oscuridad y amenaza» (Vigilia de oración con los jóvenes. Feria de Friburgo
de Brisgovia, 24 septiembre 2011).
Agradezco
al Señor Presidente y a las demás Autoridades del País el interés y la generosa
colaboración dispensada para el buen desarrollo de este viaje. Vaya también mi
viva gratitud a los miembros de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba,
que no han escatimado esfuerzos ni sacrificios para este mismo fin, y a cuantos
han contribuido a él de diversas maneras, en particular con la plegaria.
Me
llevo en lo más profundo de mi ser a todos y cada uno de los cubanos, que me
han rodeado con su oración y afecto, brindándome una cordial hospitalidad y
haciéndome partícipe de sus más hondas y justas aspiraciones.
Vine
aquí como testigo de Jesucristo, convencido de que, donde él llega, el
desaliento deja paso a la esperanza, la bondad despeja incertidumbres y una
fuerza vigorosa abre el horizonte a inusitadas y beneficiosas perspectivas. En
su nombre, y como Sucesor del apóstol Pedro, he querido recordar su mensaje de
salvación, que fortalezca el entusiasmo y solicitud de los Obispos cubanos, así
como de sus presbíteros, de los religiosos y de quienes se preparan con ilusión
al ministerio sacerdotal y la vida consagrada. Que sirva también de nuevo
impulso a cuantos cooperan con constancia y abnegación en la tarea de la
evangelización, especialmente a los fieles laicos, para que, intensificando su
entrega a Dios en medio de sus hogares y trabajos, no se cansen de ofrecer
responsablemente su aportación al bien y al progreso integral de la patria.
El
camino que Cristo propone a la humanidad, y a cada persona y pueblo en
particular, en nada la coarta, antes bien es el factor primero y principal para
su auténtico desarrollo. Que la luz del Señor, que ha brillado con fulgor en
estos días, no se apague en quienes la han acogido y ayude a todos a estrechar
la concordia y a hacer fructificar lo mejor del alma cubana, sus valores más
nobles, sobre los que es posible cimentar una sociedad de amplios horizontes,
renovada y reconciliada. Que nadie se vea impedido de sumarse a esta
apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido
de ella por desidia o carencia de recursos materiales. Situación que se ve
agravada cuando
medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera
del País pesan negativamente sobre la población.
Concluyo
aquí mi peregrinación, pero continuaré rezando fervientemente para que ustedes
sigan adelante y Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde
convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad. El
respeto y cultivo de la libertad que late en el corazón de todo hombre es
imprescindible para responder adecuadamente a las exigencias fundamentales de
su dignidad, y construir así una sociedad en la que cada uno se sienta
protagonista indispensable del futuro de su vida, su familia y su patria.
La hora
presente reclama de forma apremiante que en la convivencia humana, nacional e
internacional, se destierren posiciones inamovibles y los puntos de vista
unilaterales que tienden a hacer más arduo el entendimiento e ineficaz el
esfuerzo de colaboración. Las eventuales discrepancias y dificultades se han de
solucionar buscando incansablemente lo que une a todos, con diálogo paciente y
sincero, comprensión recíproca y una leal voluntad de escucha que acepte metas
portadoras de nuevas esperanzas.
Cuba,
reaviva en ti la fe de tus mayores, saca de ella la fuerza para edificar un
porvenir mejor, confía en las promesas del Señor, abre tu corazón a su
evangelio para renovar auténticamente la vida personal y social.
A la
vez que les digo mi emocionado adiós, pido a Nuestra Señora de la Caridad del
Cobre que proteja con su manto a todos los cubanos, los sostenga en medio de
las pruebas y les obtenga del Omnipotente la gracia que más anhelan.
¡Hasta siempre, Cuba, tierra embellecida por la presencia
materna de María!
Que Dios
bendiga tus destinos.
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